Armando avanzaba por la calle, hacia la siguiente casa. Recordaba con amargura las primeras veces, el sentimiento de vergüenza que sintió. Pero ese sentimiento ya hacía tiempo que se había ido. Ahora lo único que sentía era hambre.
Cuando alcanzó su objetivo, llamó al timbre de la puerta. Esperaba tener más suerte en esta casa que en las anteriores, puesto que en lo que llevaba de día sólo le habían dado negativas. Al cabo de unos instantes, la puerta se abrió y un chico rubio, joven, de unos 20 años, apareció tras ella.
—¿Tiene algo de dinero, por favor? —preguntó inmediatamente Armando, con la voz más lastimosa que pudo poner—. Tengo mucha hambre.
—Claro, espere un segundo por favor —respondió el joven. Acto seguido cerró la puerta.
Armando estuvo esperando en la calle durante un buen rato, y cuando ya empezaba a pensar en marcharse, la puerta se volvió a abrir.
—Por favor, pase. —Le invitó el chico con una sonrisa—. No puedo ofrecerle dinero, pero ahora iba a hacer la comida, así que si lo desea puede acompañarme.
—Oh, no quisiera ser una molestia… —dijo Armando.
—No es una molestia —interrumpió el joven manteniendo su sonrisa—. Parece usted hambriento, y es lo correcto compartir lo que tenemos con los que lo necesitan —argumentó—. Además, siempre es más agradable comer con compañía que solo —finalizó con una leve carcajada.
Armando dudo un momento. Era una oferta inusual, con la que nunca se había encontrado. Pero por otro lado, también era cierto que estaba hambriento, así que decidió aceptar la oferta.
Al entrar en la casa, Armando vio algunos objetos de valor. Se le pasó por la cabeza la idea de que sería fácil coger alguno de esos objetos e irse, pero abandonó esa idea al instante. Quizás fuera un mendigo, pero no perdería la poca dignidad que le quedaba convirtiéndose en un ladrón. Y aun menos con quien le ofrecía compartir su comida con él. También había muchas estanterías con varios libros de medicina, con lo que dedujo que su anfitrión debía ser médico.
—Si quiere puede tomarse un baño y asearse mientras preparo la comida. —Le ofreció el muchacho.
—Un baño sería algo agradable —respondió Armando, dándose cuenta de toda la mugre que llevaba encima después de todo el tiempo que había pasado en la calle.
El chico guió a Armando a través de un pasillo. Armando vio varias puertas de madera, que infirió serían de las diferentes habitaciones de la casa. Pero había una puerta metálica al fondo del pasillo que llamó la atención de Armando. El joven lo advirtió y dijo —Por favor, le ruego que, sobretodo, no abra esa puerta. Aquí tiene el baño —añadió señalando la puerta que tenía al lado.
Armando entro en el cuarto, en el que había una ducha, un retrete y una pila. Se quitó su ropa, sucia y mugrienta, y se metió en la ducha. Abrió el grifo del agua, que empezó a salir y caer sobre su cabeza. Se froto bien el pelo, hasta que el agua, que inicialmente caía oscura después de pasar por su cabello, empezó a esclarecerse hasta ser transparente.
Entonces oyó la puerta abrirse—. Le traigo algo de ropa limpia —dijo el joven—. Espero que sea de su talla.
El chico salió del cuarto y Armando se acabo de lavar y enjabonar. Cuando acabó, salió de la ducha y se vistió. La ropa era de su talla, aunque le iba un poco ancha debido a todo lo que había adelgazado. Salió del cuarto y le llegó el olor de la comida que se estaba haciendo. Entonces volvió a ver la puerta metálica. Pensó que debía de haber algo valioso para que le dijese que no la abriese. Ya había decidido que no robaría nada, pero no podía evitar sentir curiosidad.
Así que se acerco hasta ella hasta estar delante. Alargó la mano hasta el pomo, y dudó durante unos instantes. Pero al final la curiosidad pudo más. Abrió la puerta y lo que vio le horrorizó. Era una habitación cuadrada. Las paredes estaban recubiertas de azulejos. En una de las paredes había un cuadro de herramientas con todo tipo de cuchillos, sierras y ganchos, encima de una mesa metálica. Pero lo que le aterró fue lo que había en el centro. Sobre un charco de abundante sangre colgaba el cadáver de un hombre con multitud de cortes e incisiones.
El terror lo paralizó durante unos instantes, hasta que sintió un dolor ardiente en su costado. Cuando bajo la mirada vio que de su cuerpo salía un cuchillo, agarrado por una mano. Siguió el brazo hasta su origen hasta ver al joven que lo había acogido con una expresión de decepción en su rostro. Luego todo empezó a desvanecerse hasta quedarse negro.